Las empresas tuvieron que aprender a creer
A diferencia de Santo Tomás de Aquino, a ciegas, las empresas tuvieron que creer. Tuvieron que confiar y vencer los mitos del trabajo a distancia. Tuvieron que desmontar, precipitadamente, todos los prejuicios sobre la productividad como la entendían hasta antes de la pandemia. Tuvieron que desprenderse, asimismo, de las jornadas convencionales de trabajo en la oficina. ¡Las empresas tuvieron que creer sin ver!
Y no tener excesivo interés en los horarios de entrada y salida. A punta de empatía, confianza y flexibilidad tuvieron que superar sus miedos, sus creencias, -demasiado rígidas para estos tiempos turbulentos -, sobre la libertad en el quehacer laboral. Una libertad, que, a gritos, pedían los empleados para que se les permitiera trabajar desde sus casas y así sumarle a sus proyectos y a su familia las horas muertas entregadas al tráfico de la hora pico sin retribución distinta al cansancio y la culpa.