Que nos respeten es nuestro derecho y es una obligación de todos
En febrero del 2017 viajé a Cartagena a conocer al nuevo grupo de madres adolescentes de la Juanfe que acababan de ingresar. Me encanta sentarme con ellas en el piso (quedando todas al mismo nivel) y escucharlas porque su vulnerabilidad nos enseña a ser mejores para transformarlas. Normalmente creamos una conexión muy amorosa y ellas me cuentan sus sueños, como también los horrores que han tenido que atravesar no solo por ser madres tan jóvenes, sino por su condición al estar sumidas en la miseria. Siempre respeto y admiro su fortaleza, y siendo sincera, las amo con todo mi ser.
Ese día lo recuerdo mucho porque particularmente el grupo nuevo de jóvenes tenía una condición que se presentaba en la mayoría: eran víctimas de violencia física y sexual. Muchas contaron abiertamente su dolor delante de otras y entre ellas se creó un lazo solidario donde ya no se sentían solas. Al terminar la sesión me abordó una joven de 16 años a la que llamaré Lucía. Me dijo: “Mamá Cata, no fui capaz de hablar delante de todas, pero si me da cinco minutos, le cuento lo que me pasó”. Bastó con verle su cara y su expresión para que inmediatamente me la llevara con el equipo de terapeutas porque sabía lo que iba a suceder: una crisis.